Charlas sobre educación
Alain es el seudónimo de Émile Chartier, nacido en 1868 en la región de Normandía en Francia. Hijo de un veterinario, de niño fue un escolar brillantísimo y ya estudiante recibió las enseñanzas del filósofo Jules Lagneau. Catedrático de filosofía a los 24 años, Alain dio clases en institutos de París a algunos sobresalientes pensadores como Simone Weil. Sus escritos sobre educación son muy conocidos y bien considerados.
Charlas sobre educación. Pedagogía infantil, Losada 2002
«Encuentro ridículo que se deje la elección a los niños o a las familias de aprender una cosa más bien que otra. Ridículo también que se acuse al Estado de querer imponer esto o aquello. Nadie debe elegir, pues la elección ya está hecha. Napoleón, creo recordar, dejó dicho en dos palabras lo que todo hombre debe saber lo mejor posible: geometría y latín. Extendámoslo un poco: entendemos por latín el estudio de las grandes obras y principalmente de toda la poesía de la humanidad. Así pues, ya está todo dicho.»
«Si el arte de enseñar solo se propone como finalidad instruir a los genios, es un arte ridículo, pues los genios saltan a la primera ocasión y se abren paso solos a través de la maleza; pero a aquellos que tropiezan con todo y se equivocan en todo, aquellos que se acobardan y se desesperan, a esos es a los que hay que ayudar.»
«Se dice que para instruir hay que conocer a aquellos a los que se instruye. No lo sé. Tal vez sea más importante conocer bien lo que se enseña.»
«Hay que leer y leer. El orden humano se muestra en las reglas y es de cortesía seguir las reglas, incluso las ortográficas. No hay mejor disciplina. El animal salvaje se encuentra civilizado y humanizado, sin darse cuenta, solamente por el placer de leer. ¿Dónde están los límites? Porque las lenguas modernas, pero también las antiguas, nos sirven de 1.000 maneras. Hay que leer, por tanto, a toda la humanidad, a todas las humanidades, como se suele decir.
Límites, no veo ninguno. No concibo a ningún hombre por torpe y grosero que pueda ser por naturaleza, y por mucho que esté destinado a los trabajos más simples; no concibo a ningún hombre que no se haya sentido primariamente necesitado de esa humanidad que le rodea y que está depositada en los grandes libros. Hay que intentarlo aprovechando la capacidad de imitación infantil, que con tanta facilidad asimila el tono y la actitud.»
«¡Bonita física y bonita química! El mismo Comte nos llama aquí al orden, en el pleno sentido de la palabra, advirtiéndonos de que la física real es absolutamente incomprensible sin una preparación matemática, mecánica e incluso astronómica; cosas estas que el niño no debe tocar nunca antes de los 12 años. Hasta entonces, que aprenda a leer y a leer, que se forme con los poetas, los oradores, los narradores. Tiempo no faltará si no se quiere hacer todo a la vez. yo juzgo de oído y solamente a través de una ventana abierta. Si el maestro está en silencio y los niños leen es que todo va bien.»